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viernes, 9 de diciembre de 2016

HORA DEL RELOJ


Escribe: Rogger Alzamora Quijano




Súbitamente mi madre se alistó para viajar conmigo. Yo había cumplido diecisiete y ese día daba fin a mis vacaciones. Debía prepararme para postular, por deseo de mi madre, a la escuela de oficiales del ejército. Era su sueño y yo estaba dispuesto a complacerla.

Arribamos a Huaraz al filo del mediodía. Por entonces, año setenta y seis, la capital de Ancash se recuperaba desordenadamente de los estragos del gran terremoto. La efervescencia bullía por todas partes. Caminamos hacia la agencia de autobuses. Debía partir a Lima a la una y media. Mi madre regresaría a Aija al día siguiente. De pronto, se detuvo en Sotomayor y Cía., una tienda atestada de gente, escaparates, mostradores y fotografías. Me quedé afuera. Media hora después mamá salió con un pequeño paquete. Caminamos en silencio. Quizá ella sabía lo que yo ignoraba y no presentía. Imaginé que la tristeza por la separación ahorcaba nuestras palabras.

Unas cuadras más adelante, mi madre y yo entramos a su restaurante favorito. Mientras esperábamos la comida, ella puso sobre la mesa el pequeño paquete, desplegó la envoltura y extrajo de la caja un reluciente reloj Tissot automático, de esfera y correa azules y caja gris.

- Es tu regalo, por todos los cumpleaños que no pude celebrarte ni regalarte- dijo emocionada.

La miré perplejo. Tomó mi muñeca y colocó ella misma el fastuoso reloj.

Hice un inventario rápido de mis cumpleaños. Fueron dos o tres -los años recientes- en los que mi madre me había ofrecido comprarme una bicicleta. Varias razones impidieron que lo hiciese, pero a mí no me importó. Nunca tuve una fiesta de cumpleaños, desde muy pequeño mamá se encargó de hacerme comprender que lo que ahorrábamos en celebraciones nos serviría par ir a Lima los dos meses de vacaciones escolares. Nunca se lo pude agradecer lo suficiente. Ella siempre prefirió abrirme la mente al conocimiento.

Me quedé mirando aún incrédulo mientras le daba gracias y gracias mil gracias. Para una maestra de escuela provinciana, era poco menos que un sueño imposible lo que estaba sucediendo. Mamá calmó con un beso mi emoción.

Ya en la barranquina casa de mis padrinos, donde viví por algunos meses, apenas me quitaba el reloj para ducharme, pero inmediatamente después, me lo volvía a poner.

Cierto día, mi padrino ironizó, preguntando si había hecho el intento de quitarme el reloj. Tras las carcajadas de la mesa familiar, me aconsejó que por las noches me quitara el reloj y lo pusiera sobre el velador.

Diez meses después, a las cinco de la madrugada, me despedía de mi madre en la helada mesa del mortuorio del hospital Rebagliati. Le agradecí su tesón por librarme de la vida mundana y hacerme tolerante, abierto, inclusivo, solidario.

La vida, el mar.
Los minutos, las olas.
La vida es de momentos,
de trozos, de sorbos.
No hay más
que sembrar en la memoria
y labrar los recuerdos
cada día.

Anduve de aquí allá, con tanta suerte que no me perdí. Un día mi padrino me pidió prestado el reloj y se lo di de buena gana. Lo tuvo por más de un año hasta que se lo pedí de tanto extrañar a mi madre. Un treinta de agosto un seudo feligrés magistralmente robó mi reloj, última traza tangible de mi madre.

Sin saber que iba, regresé.
Sin tiempo y sin fe.
Por las noches enmohecía
y de día el desconcierto.

Aprendí a golpes,
como debe hacerse en estos casos,
en que la vida te cobra
sus cuotas por adelantado.

Durante veintinueve largos años mi muñeca me dolió de tan vacía. Más en los noviembres y agostos, porque coincidían con mis fríos subterráneos, inaccesibles, eternos. Al fin no debía permitir que se cumplieran los treinta, así que decidí ponerle una prótesis a mi memoria de culpas y arrepentimientos. Me eché a buscar pacientemente un reloj igual o similar, de la misma casa helvética (ya no estamos en los ochenta) hasta que llegó la hora del reloj. Encontré un Tissot de caja gris metálica, correa de cuero azul, moderno pero señero y hermoso como aquél. Apenas lo vi me llené de nostalgia. Sentí que mamá dijera: ¡ese! No por la moda, no por la marca ni lo que concierne, sino porque de algún modo era recuperar el último aliento de mamá. Ya sé que he tardado mucho.

Lo he comprendido. Gracias por el mensaje, mamá. Simboliza, además, tu vigencia, tu triunfo sobre la muerte y sobre cualquier sinónimo de la palabra imposible.

Tengo el sello de su raza,
tengo la magia de sus ojos.
Hay música en su nombre,
y en su voz flores azules.

Tengo su luz,
el tic tac de sus ojos.
Tengo el tiempo.



Todos los Derechos Reservados © 2016 de Rogger Alzamora Quijano

jueves, 13 de octubre de 2016

CERCA DEL MOLDAVA



Van a dar las seis. Nueve amigos bebemos cerveza en el Karlovy, venimos de recorrer la ciudad vieja. Nuestras risas parecen flotar sobre el rumor del Moldava. Los colores son fastuosos. Hace sol. Todas las mesas revientan. La multitud está despidiendo el verano. Nuestro dispendio presagia cerveza y shisha, de aquí hasta la madrugada. Al cabo, Daniel y Pavel vomitarán en alguna esquina, los embarcaré en sus trenes y me quedaré solo por un rato más. Siempre es así.

Mis ojos están sobre el Karluv, pero yo estoy en el Sena, un par de años atrás, en un bar como este, con Elisa y sus amigos. Elisa me explica los chistes en polaco, no lo sé, me gustaría entenderlos yo mismo. Elisa trata de que no me aburra. Yo río con algo de piedad. Elisa tiene sentido del humor pero no sirve para contar ni medio chiste en buena forma. Tímidas olas visitan la orilla, no sé si del Moldava, del Sena, o de cualquiera de los ríos que hemos visto juntos. Demasiados ríos en mi vida.

Mis amigos siguen sacándose los trapos sucios entre carcajadas. Tengo guardada una mueca para ellos. Lo saben pero no me lo reprochan.

Cuando Elisa soñó con Praga estábamos recostados en la cama después de hacer el amor. Lo dijo con tanta convicción que me animó. Conocía ese tono de voz tan decidido. Y tan falso. Le gustaba lanzar palabras y planes. "Sin pretextos", le advertí. Me miró. Para Elisa era natural inventar subterfugios. Luego de unas horas, y mientras caminábamos por Voie Pompidou, encontramos el mes y la semana, el momento propicio para ir a Praga. Luego empezaría la etapa de los excesivos detalles. Todo comenzaba a virar hacia la dirección indeseada.

Dos días después abortamos la idea y luego firmamos la ruptura.

Me he levantado. Mis amigos me miran. Voy a caminar por Karluv most, ya vuelvo. A la mierda el shisha, pienso, fumaré cigarros de verdad.

El Moldava comienza a desaparecer en la penumbra. Enfrente, se va levantando un paisaje opaco y más allá una oscuridad aterradora. Las estatuas del puente parecen acecharme todos al mismo tiempo. Como las noches en los malecones o los puentes sobre los ríos andinos, que Elisa y yo atravesamos en tiempos de gozo.

Es una Elisa sin gloria, caminando mientras lanza gajos. Demasiado imperceptible como para significar nostalgia. Quizás solo un opaco recuerdo, como esta noche cerca del Moldava. Dejo escapar un improperio.

Después de media hora, encuentro más efusivos a los muchachos. Me miran. Van a dar las once. Me sumo al cónclave, con sendos sorbos de cerveza. Una carcajada sirve para maquillar los éxodos.



Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

miércoles, 7 de septiembre de 2016

EL BASTIDOR



Iba a pintarte.
Ya no recuerdo si lo soñé o lo viví. Entre el sueño y la necesidad hay apenas una línea.
Iba a pintarte, seguramente debes recordarlo. Tu cara, tus brazos, tu magnífica estampa izada sobre el campo donde perdía todas las batallas. Tu encantadora desfachatez.

Recuerdo el blanco lienzo, los colores y los pinceles que compraste y deseché por insufribles. Te reíste. Era tan diáfana tu alegría, que no dejaba dudas.

Y entre el jolgorio y la cocina olvidamos armar el bastidor. El tiempo y la confianza comenzaron a escasear. Un mes corrió velozmente. Las dudas, que nos esperaban agazapadas veinticuatro horas cada día, nos obligaron a postergar.

Cierto día, terminamos inventando un pretexto para llevar el bastidor al desván. Las veinte piezas fueron a parar al vecindario del abandono. Y con ellos, tu rostro sin cuadrantes, tus brazos sin color ni calor, tus ojos de un sombrío tono imposible, tus ojos ajenos al delirio. Allí se quedarían, vagando en los aposentos del moho, el bastidor desmantelado y las preciosas líneas que jamás tracé.

También mi recuerdo de aquellos festivos días se agolpa en los sepias calendarios, cual briznas devoradas por el olvido.
Ha pasado mucho tiempo. Décadas de silencio. El extravío acabará por engullir los quiméricos matices de tu retrato, y así desaparecerás también e mi pasado.

Iba a pintarte. He traído a mi memoria aquél episodio, como gesto de inmensa gratitud por las grandes epopeyas que escribimos juntos. Dejemos para los zócalos de la memoria la anécdota del recóndito bastidor.



Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

domingo, 14 de agosto de 2016

ACTUALIZACIÓN

*A LOS LECTORES

Al cabo de 9 años de haber comenzado a publicar los textos a partir de sus manuscritos, es tiempo de actualizar. A partir de hoy 14 de Agosto de 2016 y durante un año, reemplazaremos los manuscritos por los textos finales recogidos en el próximo libro versos conversos, selección del autor. Ello, para honrar los borradores (no borrados).

Gracias.

El autor.

miércoles, 10 de agosto de 2016

EL PARADERO

El tiempo:
El 14 de Agosto de 1983, regresando de colocar flores a mi madre, muerta seis años antes, compré un periódico para aliviar mi largo trayecto a casa. Página tras página leí sobre ataques terroristas y las timoratas respuestas del entonces mandatario. Al día siguiente tenía que ir a Barranco, así que caminé desde la avenida Tacna hasta Plaza San Martín, donde debía tomar la línea 2 de los llamados Büssing. En el paradero inicial, junto al ex-cine Colón, no había ni buses ni colas, así que me puse a leer los periódicos en el quiosco de la esquina. Mi sensación de desazón fue peor que el día anterior.
Cuando por fin me senté en el amplio bus amarillo, ya tenía la primera línea de mi poema.

La historia:
El Perú se había ido convirtiendo en un país violento. Desde el 28 de Julio de 1980, don Fernando Belaúnde gobernaba con abulia, tras los estropicios de su antecesor, el gobierno militar. Era Belaúnde un presidente de escritorio, de engoladas y sonoras frases, un showman que prefería las comodidades de su oficina palaciega a los polvorientos escenarios del Perú profundo, mestizo y pobre. Nos agobiaba una inflación que entre 1982 y 83 creció del 73% al 125%, gran endeudamiento externo, desempleo del 40%, furibundo fenómeno El Niño enfrentado mal y peor, y episodios dramáticos como el de Lucanamarca, el primer gran paso del Senderismo. Frente a tales hechos gravísimos, el país además tuvo que soportar la desafortunada gestión de Belaúnde, quien llamó “abigeos” a los crueles autores de masacres en la región altoandina.

El poema:
Una semana después, al final de la entrevista al poeta Antonio Cisneros (click aquí para leer la entrevista), y mientras me “jalaba” en su volkswagen, le mostré mi poema y pedí su opinión. “Yo lo dejaría como está”, dijo. Ante mi desconcierto, optó por palmotearme el hombro: “En serio. No es mi poema, pero si lo fuese, yo lo dejaría como está. A mí me gusta”. Entonces lo dejé, tal cual. Unos meses después el Instituto Nacional de Cultura de Ancash -que por ese entonces iba a publicar una revista- me pidió colaborar para su número anual, y lo entregué tipeado a máquina. Lo único que reprocharía de aquella edición es que le añadieron signos de puntuación donde no existían.




Facsímil del manuscrito original de El Paradero.



EL PARADERO*

Suena Charles Aznavour en francés
no entiendo
su voz cae como un aluvión
nada me conmueve hoy nada
la música cambia el estéreo tose
como mendigo en el atrio de la iglesia
como mirando Los Paraguas de Cherburgo

Todo falta menos los microbuses deprimentes
como una cafetería perdida en los calendarios
como un emolientero dormido en la madrugada
como el ambulante que huye de los municipales
como la muchacha que busca trabajo de masajista
como los militares en su Bazar Central
como los deudores que no tienen plata

Yo conozco muchos paraderos ninguno como este
que tiene a la tienda de discos enfrente
con la música a todo volumen
al quiosco de periódicos listo para ser devorado
—tanta masacre—soldados y campesinos—mejor los
deportes—mejor las porno—en todo caso los cómics—
ninguno como este paradero sin solución
para los alcaldes que no pueden reemplazarlo
lástima porque figura en el mapa

Las mujeres charlan Yo me hago el loco
para blandir Memoria contra Olvido

Se detiene la negra con sus piernas duras y amenazantes
con sus manos delicadas y sus ojos blancos
con su falda a cuadros
y sus ojos blancos y tiernos
como los de su reflejo en la ventana
Yo vengo por ella a este paradero


*Modificado en 2017 para su publicación en el libro Versos conversos, selección del autor.

DE: versos conversos Derechos Reservados Copyright © 2000 de  Rogger Alzamora Quijano

viernes, 29 de julio de 2016

ENTRE FRIDA KAHLO Y LOLA OLMEDO



Escribe: Rogger Alzamora Quijano


El tren ligero también es gratis. Me entero en la “taquilla”. Es un día de suerte, a pesar que para entrar en el gris y breve vagón hay que lucharla. Cuando llego a Xochimilco son las nueve y media, tiempo de sobra para irme caminando con el aire fresco. Veinte minutos después estoy ante la puerta del Museo Dolores Olmedo. Tomo un parasol en la entrada y me voy a recorrer por tercera vez. El ecléctico paisaje se abre a mis ojos. Diego me mira con igual asombro desde su póster gigante en la pared de la capilla. Un paso, dos, y antes del tercero, el libro de Poniatowska me pone la entrometida revolución que le dio y quitó. Diego, su personalidad inquieta, aparente y selectivamente superficial. Caminar por ese sendero de unos trescientos metros son la necesaria puerta para un mundo que reúne muchas preguntas y por cierto no poco morbo. Para comenzar, implica también irse de bruces contra algún garboso pavo real que parece haber sido destinado a la misión de posar para los turistas que se asombran con la belleza del animal y con su desparpajo. Por un momento pierdo la pista de la Beloff y la encrucijada de perdonar o no a un Diego que se fue prometiendo oro y moro para después enviar mudos sobres con dinero “Y el amor es más amor cuando se es pobre y oscuro”. Mientras pienso en ello escucho graznidos de uno y otro lado del inmenso parque que parece esta casa con retazos de jardines de postal. Y se ve tan apacible como hace tres años. Un parque kitsch o un campo de golf con reminiscencias de Niklaus. Dolores -que de doliente sólo tenía el nombre, porque parece fue más afortunada que ustedes, amables lectores, y yo- llamó La Noria a este refugio que todavía dispensa alimento para el espíritu.
Me alejo de las simplezas y de los turistas a quienes he fotografiado de buena gana y premura. Los pavos se sacuden mientras discurro hacia el patio posterior bajo una fastuosa enramada. Sobre la izquierda me mira una escultura de Diego. Su cabeza color cemento parece estar viva, de no ser porque yace sobre un pedestal ínfimo. Lo miro. Pienso en Frida, gran traductora del espíritu azteca; la enrazada indo-europea que desparramaba ante nuestros ojos sus venas, su cerebro, sus sentimientos, su soledad (intentando) "ahogar mis dolores pero aprendiendo a nadar”.
Y Diego, tan él. Soberbio como su cabeza color cemento, sereno como sus ojos lánguidos, "jugando a ser el marido de muchas pero sin serlo de nadie" (Frida dixit). Puedo ver que Frida y Lola fueron las dos mujeres más importantes en la vida de Diego. Es inevitable poner a los tres en un mismo cuadro. Es tiempo de creer en lo que sostengo. Parece tener sentido ese complejo entramado que construyeron los tres. He venido a esto. A desmadejarlo. A discernir. 

En casa de Dolores las trazas de arte se multiplican como los tonos de verde. Diego se abre por los cuatro senderos, los del Maestro Almendro. Pero no está solo. Es Frida que disputa a Diego la supremacía sobre este recinto, como en otros. Todo Diego es Frida. Y toda Lola es Diego. La bella mecenas así lo quiso. Lo implantó en su propia vida, llena de Diego, aunque este y Frida estuviesen obsesionados por sostener su dependencia.   

He terminado de mirar a los ojos a Diego y me dirijo hacia el fondo, un simpático museo de recorrido semicircular dedicado a la cultura azteca y mesoamericana. No me atrapa. Salgo al lado opuesto. Es corto e interesante sí, y me lleva la blanca extremidad. En la sala que hoy luce vacía había hace tres años un precioso altar de muertos que dejaba planear unas moradas cintas hasta casi la puerta. Y afuera, en el pasadizo, un colorido “árbol de la vida” que hoy tampoco está. “Arbol de la esperanza, mantente firme”. Aquí falta Frida. Hoy no está. Su muestra anda por Europa, dicen. Con Frida ausente parezco estar definitivamente más claro. Trepo hacia la capilla desde cuya cima se balancean los ojos de Diego. Paso de largo, como antes. Y ni sé si está abierta al público. Es vez de eso, el simpático “Chocolate” responde a mi infalible llamado perruno. Viene hacia mí y quiere saltar sobre el verde cerco. Marcos, su amo, viene también. Le pregunto acerca de las costumbres de estos xoloitzcuintle tan parecidos a los perros peruanos sin pelo. Me cuenta sus características mientras me deja acariciarlo. “Chocolate” es afortunado, pienso. Él y los demás parecen haberse acostumbrado a la escultura que muestra a dos de estos xolos en tamaño real, porque los huelen, merodean y retozan alrededor.

Cuando yo nací, Frida había muerto. Quizá por eso su nombre siempre me sonó más que otros nombres de mujer. Diego apareció después, con mi búsqueda del color. Cuando a mi pequeño pueblo, escondido en los andes peruanos, llegaba alguna revista o nota periodística acerca del maestro, yo me quedaba mirando las fotografías de sus murales, que recortaba y pegaba en la especie de collage sobre mi escritorio, junto a Vallejo, Machado, Dalí, Teófilo Cubillas, Grace de Mónaco, Ricardo Duarte y Perico León. 

Aquí leo un mensaje de Dolores acerca de compartir lo que se tiene. Entro. Voy a tratar de encontrar al Diego de mis suspicacias. Paso muy rápido la sala de fotografías de Pablo O’Higgins y su testimonio de la cotidianidad pueblerina. Aún más raudo cruzo la sala dedicada a Angelina Beloff. De ella me detiene “El Bebedero”. Enseguida, un poco de las piezas arqueológicas mexicanas y otro poco de Dolores: un muestrario de opulencia que no me seduce. Sí a una dama, quien recibe una firme llamada de atención por cruzar la valla de seguridad.

Ahora mi conclusión: no creo que entre Phillips y Diego hubiese solamente un malentendido a causa del desnudo a carbón dedicado: “A Lola Olmedo”, que -se dice- fue devuelto a Diego "obligada" por su marido. Si de malentendido se tratara, sería el que hasta hoy nos provoca Lola, al escribir en el mismo papel: “Devuelvo esto porque soy convencida de que no fueron ofrecidas de buena fe”. No me parece casual el uso del verbo ser. No era Lola alguien que gratuitamente confundiera los verbos ser y estar sin que se notara. Esto parece más un señuelo para Diego. Un códice que Phillips no sospecharía. Era guapa Dolores y no fue coincidencia que en aquellos tiempos Diego estaba evidentemente distanciado de Frida. Lola quiso devolver el carbón para no enfurecer a su marido, pero también para dejar a salvo de su ira el papel y salvarlo de la destrucción. Y fue así como escribió aquél mensaje cifrado que, estaba segura, Diego sí entendería. Y no tengo dudas de que así fue. 

Quedo absorto mirando los óleos de Diego. Su manejo del pincel es magistral. Sus trazos que parecen simples de tan complejos que son. Más de 50 obras que tomó cinco horas, mientras terminaba de deducir aquél extraño triángulo que nunca fue desvelado. Como pie de página dejo los aspectos técnicos de telas y murales de aquél oscilante Diego Rivera. 



Derechos reservados Copyright © 2016 de Rogger Alzamora Quijano

viernes, 1 de julio de 2016

LOS GOCES


Para olvidarme de ti y no mirarte
miro el viaje de las moscas por el aire

Antonio Cisneros - Cuatro boleros maroqueros



Bajo la piedra el otoño.
Encima goce fuego y litera.
Brasas delirio rasguño y cansancio.
En el aire tu altisonante nombre
y la invitación para ganar en secreto
un poco de ficción.
Tu barco marcha.
Me asaltas cándida impía
con vehementes acometidas.
Indicios oscuros como tu garganta
crueles como tus dientes
tercos como tu pelo sobre mi cara.
Tu desfachatez y mi guitarra
cantan hipérboles.
Acordes perdones y castigos.

Mis avezados ojos y los tuyos perversos
danzan ante la inminencia.

Bajo la piedra el otoño.
Encima tus piernas sabrosas,
tu crudo cuerpo infame,
fluctuante estrella aprendiz de mujer.
Mis silencios dominan
la pradera de tu sonrisa,
de tu cuello gacela,
de tus rosados garfios.
Refuto tu nombre
agudo guitarreo Cowgirl in the sand.
Dilema de las tres furcias.
Ni te acuso ni te libero,
eres tal cual. Nómada.
Tenaz e indefensa escueto veneno
en junio moribundo.

Con mi música,
legajo de distorsiones caos turbulento,
cada tercio de ti me sugiere
un solo de piel en mis cuerdas,
cuando piso firmemente
tu vasto firmamento.

Al final cigarro de por medio
mi amnesia se atasca en tu regazo
y tu recuerdo disimulo.
Toco sabihondo tu hombro
sobre tu ventrículo conmoción.

Por eso el goce sobre el otoño,
por eso la humedad que te proveo.
Por eso mi fiebre y mi paciencia.
Dos versos en tus mejillas.
Dos versos con mi saliva.
Dos trazos en tus huesos,
El réquiem en tus caderas.

Quedo desperdigado. Obsoleto.
Novicia de veintitantos, he muerto
ante los rescoldos del hotel
y todos los hoteles que tomamos este mes.
Te vas cínica promesa desidia
ajena a mi sometido adiós.


DE: versos conversos Derechos Reservados Copyright © 2016  Rogger Alzamora Quijano

miércoles, 1 de junio de 2016

DOS SIGLOS DESPUÉS



Dos siglos después tú en la puerta.
Espléndida. De rosa y rojo, blanca y marfil.
No sé si real, no sé si actual.
Evocando tiempos de bonanza antes de conocerme.
Regresando tácita, lastrando prejuicios y obsesión.
 
Filosa navaja que corta cordura.
Futuro puro que impugno.
Alfiler en la sien. Nudo en la aorta.
 
Y dos siglos después entras en mi casa
un domingo de ramos y de angustia.
Fastuosa mirada que ya no quema. Rosa rojo gris marfil.
Despiadada como un alfil barriendo diagonales.
 
¿Dónde arden las pestañas de tus ojos incendio?
Algo mermó tu orgullo. Algo demolió tu soberbia.
Sin embargo yo te abrazo cual inocuo sol
 
 
desde una esquina de mi memoria
con cierta conmiseración que ya no poseo.
Te cuelgo en la percha del pasado moho gris abandono.
 
Dos siglos después tú indefensa en la puerta.
Yo en la mesa engullendo mi libertad.
 
 
 

DE: versos conversos Derechos Reservados Copyright © 2016 de Rogger Alzamora Quijano

domingo, 8 de mayo de 2016

COMO UN LIRIO BLANCO



Su izquierda está bajo mi cabeza
y su diestra me abraza.

Cantar de los Cantares
 
 
 
Eres la luz que me alumbra como un blanco lirio
En la infinita noche
Trepidante, bravía, orgullosa luz
 
Eterna Luz cuyo mínimo brillo supera
Toda la felicidad y todos los goces
Eterna Luz que trasciende tiempo y espacio
Como el alma
 
Eterna Luz que no aparece
Que no se toca ni se escucha
Eterna Luz que me inunda.
 
 

DE: versos conversos Derechos Reservados Copyright © 2016 de Rogger Alzamora Quijano

sábado, 12 de marzo de 2016

DE AMOR Y DE AMAR

Amo a una mujer clara
que amo y me ama sin pedir nada
—o casi nada, que no es lo mismo
pero es igual—.

Silvio Rodríguez - "Pequeña serenata diurna"



Amor que luces y no faltas.
Amor albor, flamante amor.
Que no dejas la mano, que no sueltas la sombra.
Que ríes y abrazas con igual mirada.
Que concedes tu misma entrega.
Que no denuestas, que no demandas,
que no traicionas.
Amor exultante y valiente. Amor absoluto.
 
Amor que respeta, amor que admira,
amor que enaltece, que desafía y defiende.
Que no entiende de odio u oprobio,
que aborrece la cobardía.
 
Amor que luce y no falta.
 
Amor albor, amor premura, luminoso amor.
Viento, cauce, horizonte, agua, luz, camino.
Flor, cuerpo, respiro.
Tiempo, sol, religión.
Amor dolor.
 ”




DE: versos conversos Copyright © 2016 de  Rogger Alzamora Quijano

viernes, 26 de febrero de 2016

CELEBRACIÓN



Las tardes rielan
en mi memoria
tal amarillas
fotografías.

Francisco Bendezú - Melancolía
 
 
 
La libertad es un desierto sin luna ni despojos
Con lealtades y conjuras obvios síntomas
Donde sol no es raíz de soledad sino de jolgorio
Donde cabe también celebración o júbilo
Y no importa el buen juicio
Aunque los fríos nocturnos se lleven rota la sintaxis
Sabores delirios calmas y regocijos
Se llevan los desayunos palta queso y mantequilla
Tapices panameños siesta televisión y ensayos de ton y son
Se tragan las cuentas de ahorro en gastar viajar
Endeudarse con la tarjeta con leonino interés
Sentarse caminar y perder escuchar bailar cantar y beber
Cosas simples como la cruz
el fútbol de los domingos la guitarra y el piano
La libertad es un presagio sustancia trabajo y consecuencia
Como vencer los dilemas como mirar el cerebro
Como los abriles muertos en fotos y lechos infames
Como los amigos que regalaron goces con lluvia y granizo
Como el beso marfil y mentira
 
La libertad es más que fructificar en silencio
Más que valentía entrega o pertenencia
Más que cuerpo perfecto casa propia o cabal corazón
La libertad es función y conciencia de creador



De: versos conversos Copyright © 2016 de  Rogger Alzamora Quijano



domingo, 31 de enero de 2016

NI PAVESE



Sin escribir autómata remoto cartesiano
Perdido anacoreta en tanta búsqueda
Deslucida lucidez en dichosa dicha
Dolor en el mundo yo me adhiero
 
Deducir un poema es como palpar un sueño
Veinte horas de cada veinticuatro es falaz intento
Con verso y sin duele el vasto dolor
Con verso y sin se duerme incompleto
 
Ganas de una guitarra hasta llorar de tanto vivir
Ganas de escribir hasta enfadarse de tanto hurgar
Que nada es peor que la renuncia y nada más vano que el reproche
 
Ganas de armonía hasta la noción del deber
De quitarse la camisa caminar y correr
De sentarse a fumar en cualquier esquina
 
Ganas de gastar días y noches
De aguardar lo que no abunda
Ojos miel piel naranja mano desasida sereno busto
Un poco de cintura un tercio de ternura
Un poco de luna y silencios mezquinos
Un poco de sombrío y de mudo
Un poco de sigilo y extravío


DE: versos conversos Derechos Registrados 2016 de Rogger Alzamora Quijano