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jueves, 20 de junio de 2013

NELSON, EL MARISCAL




Antes de salir, Nelson, El Mariscal, encargó al Doctor Miranda su atado con efectos personales y le pagó por adelantado. Su gabán negro se batía al viento. Nelson, El Mariscal, era alto, muy delgado, de larga cabellera y barba de año y medio. La claridad del día no le daba seguridad, pero esta vez no le importaría la impertinencia del sol.
- Nelsito, cariño -Betty, todavía estaba trabajando a esas horas.
- ¿No hay para el pan, preciosa?
- No he comido desde ayer ¿Adónde vas tan elegante?
- A casarme –dijo Nelson, El Mariscal, con voz solemne.
- Dijiste que te ibas a casar conmigo.
- Te prometo que le seré infiel. La engañaré contigo.
- Eres lindo. El más bello de mis amantes –Betty le sopló un beso desde su mano y le dedicó su mejor sonrisa.
Nelson, El Mariscal, le alcanzó un billete.
- Vete a casa.
Siguió su camino. Ningún rostro pacífico y ninguno confiable. La gente sana se extinguió el siglo pasado, pensó Nelson, El Mariscal. Llegó a la esquina de la iglesia y vio durmiendo sobre cartones a Felipe de Austria. Siguió caminando. Tomó la calle Normandía. Atravesó sin ascos los contenedores donde cada día se procuraba comida. No Nelson, hoy no. Hoy es un día de celebración.
- Nelson, El Mariscal, ¿qué te trae por Normandía? ¿Adónde vas?
Era Mosquito, el “dueño” de esa calle.
- A casarme.
- ¿No me invitas a la ceremonia?
- Cuida tu burdel y deja de joder.
Horas después, Nelson, El Mariscal, desembarcaba en la gran Avenida del Sur, su destino final. Casas hermosas, elegantes, costosas. Un enjambre de escolares salía del colegio. Chicos y chicas de uniforme gris, azul y blanco y corbatas rojas.
Nelson, El Mariscal, no evitó la colisión.
- ¡Mira, es Rasputín!!
Alguien tiró de su gabán. Una negra nube de buitres. Nelson, El Mariscal, siguió caminando. Le pareció que se le descoyuntaban los hombros, de tanto sopapo que le habían propinado.
Una voz de niña lo acusó ante su chofer:
- ¡Cuidado! ¡Es un loco peligroso!
El hombre, vestido de uniforme azul, lo ignoró. Nelson, El Mariscal le trató de decir que no, con la mirada. El bólido salió disparado. Los demás curiosos lo miraron entre asqueados y temerosos; siempre de lejos, guardando la prudente distancia que se debe guardar de los locos.
- Es guapo, -dijo una mujer a su amiga –un buen baño y me lo llevo.
La otra lo miró y sonrió.
Aunque burlón, el comentario era un gran regalo para ese día tan importante. Nelson, El Mariscal, encontró un parque verde y amplio, con unos pocos niños a quienes sus madres o nanas rescataron inmediatamente. Nelson, El Mariscal, los miró tratando de mostrarse amigable, pero sin conseguirlo.
Se sentó en una banca, destapó lentamente la botella, bebió tres grandes sorbos y se dispuso a esperar que lo envolvieran las definitivas sombras.

DE: EL JUEGO DE LA VIDA © 2013 Rogger Alzamora Quijano


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