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miércoles, 23 de abril de 2008

ANTONIO CISNEROS, POESÍA Y PERIODISMO


Ilustración: Antonio Cisneros en 1998, dibujo a tinta, por Rogger Alzamora Q.


Escribe: Rogger Alzamora Quijano


En 1984 el poeta Antonio Cisneros dejó la dirección del suplemento dominical “El Caballo Rojo” -del controvertido periódico “Diario de Marka”-, luego de cuatro años. Poco antes, en agosto de 1983, me concedió esta entrevista, valiosa por el contexto: la violencia terrorista y el desorden económico que envolvían al Perú. Cisneros habla sin medias tintas sobre política y literatura y hace notar su personalidad, siempre contestataria y directa. He aquí el texto completo (sin editar) de la entrevista (publicada en la Revista Apuntes), a quien es -para muchos- el mayor poeta vivo del Perú.


ANTONIO CISNEROS, POETA VIVO


Antonio Cisneros (Lima, 1942), poeta, profesor de Literatura de San Marcos, director del Suplemento “El Caballo Rojo”, guionista de cine y habitual conferencista, nos recibe en su departamento de Miraflores. Él, apertrechado con cigarrillos y encendedor, yo con una grabadora y tres cintas casetes. Ocho de la mañana.

Cisneros ha publicado entre otros libros: “Destierro”, “David”, “Comentarios Reales”, “Canto Ceremonial contra un oso hormiguero”, “Agua que no has de beber” y “Como higuera en un campo de golf”, “El Libro de Dios y de los Húngaros”. Es Premio Nacional de Poesía 1965, Premio Internacional Casa de las Américas 1968 y Premio Internacional de Poesía Rubén Darío.


Rogger Alzamora.- Antonio Cisneros es profesor universitario y periodista, además de poeta ¿Cómo ve el Cisneros profesor de Literatura al Cisneros poeta?

Antonio Cisneros.- Bueno, en realidad el profesor universitario mira al poeta con envidia, porque yo creo que la poesía es en mí una real vocación y teóricamente podría llenarme la vida. Lo malo es que en la práctica hay que vivir de algún otro oficio y es por eso que soy profesor. No quiero decir que mi actitud frente a la enseñanza sea estrictamente mercenaria o pragmática, pero efectivamente la enseñanza es un camino al que se llega más por necesidad que por vocación en la mayoría de los casos. Después uno termina agarrándole el gusto, pero en las condiciones del Perú, de la universidad estatal peruana, enseñar es una tarea cada vez más difícil y por momentos hasta desagradable. Sin embargo esa persona es la que mantiene a la otra que es poeta.

R.A..- Dentro de esas labores se encuentra la periodística, Ud. es director del suplemento dominical “El Caballo Rojo”. Cuéntenos cómo resultó eso.

A.C..- En la práctica hace bastantes años, aunque no de una manera tan a fondo como ahora, me dedico al periodismo. Desde hace quince o veinte años siempre he colaborado, pero desde el año 75 trabajo en la Revista Marka, donde además llegué a ser editor de internacionales. Entonces, el pase de la revista semanal al periódico diario se ha hecho de una manera gradual y dentro del diario he asumido la dirección de “El Caballo Rojo” que de algún modo es un semanario que yo mismo había estado dándole vueltas. Claro que “El Caballo…” actual por la misma práctica, por el concurso de otros compañeros, por la misma realidad, dista un poco, debido a la pobreza que tiene la empresa que saca “El Diario”. No se parece 100% a la idea en abstracto que yo tenía hace cuatro años, pero más o menos es lo mismo. Entonces, el periodismo siempre ha sido una vieja vocación paralela a la creación literaria -concretamente poesía- paralela a la enseñanza en la que siempre me he sentido curiosamente instalado. Hay momentos en que me gusta mucho enseñar, otros en que no tengo deseos de enseñar; hay momentos en que me siento destinado a la enseñanza, hay momentos en que siento que estoy completamente fuera de lugar, resignado a mantenerme por necesidades. Pero yo creo que todo esto, más que un problema profesor-alumnos es por las condiciones de trabajo que con el tiempo se van haciendo cada vez más difíciles en la enseñanza y que ponen a prueba una vocación de mártir que muchas veces yo no tengo. Mientras que el periodismo siempre ha sido una vocación más fluida, más espontánea. Me atrevo a decir que el periodismo me gusta, pese a las condiciones adversas en que estamos sacando nuestras cosas ahora, pese a que el espacio de libertad de prensa y de juego democrático se está reduciendo cada vez más y pese a que yo creo que, después del último cargamontón entre el Comandante General del Ejército, el Segundo Vicepresidente y el Ministro del Interior, ya se convierte en una franca amenaza contra los periodistas (de Marka, más en concreto). Así y todo yo sentía la necesidad de hacer un semanario eminentemente cultural, pero donde no hubiera la separación esquizofrénica de cultura y política, puesto que en la vida real caminan juntas. Entonces, también con una perspectiva política de izquierda pero en ambos casos (cultura y política) con una posición antidogmática y pluralista dentro de la izquierda; anti-mitificadora, con una vocación universalista donde no solamente los representantes culturales de la izquierda sean Vallejo, Mariátegui y Arguedas, sino la posibilidad de que muchos más creadores, escuelas, tendencias, corrientes de la cultura también formen parte del patrimonio de lectura del pueblo, de la gente. Por eso es que alguna vez he dicho que “El Caballo…” está un poco planteado como una “biblioteca de los pobres”, como el semanario para la gente que no tiene plata para comprar libros – que hoy es el 99% del Perú. Por eso algunas veces hemos tenido choques, entredichos con los compañeros del campo popular de la izquierda o del periódico. Por mi actitud antidogmática he tenido líos con “versiones oficiales” de la izquierda, cuando por ejemplo el paro de hace dos años que fracasó. Entonces claro, se tapujan entre ellos y no mencionan, no admiten el fracaso. “El Caballo…” analizó por qué el paro fracasó. Eso siempre enemista con algunas cúpulas de la izquierda que quieren que las cosas no se digan.
Por otro lado, siempre hemos abierto un abanico muy amplio, donde las diversas tendencias de la izquierda tienen columna, opinión. O si no, en otros casos, acogiendo a periodistas como Ricardo Letts, hemos tenido más de un enfrentamiento con la cúpula de Izquierda Unida, porque dice que por qué escribe Letts que es pro-senderista o muy alocado. O cosas por el estilo. Y en el otro terreno también, porque siempre hay una tendencia populista, ingenua, de decir por qué “El Caballo…” no es más ágil. Y “más ágil significa, traducido en otras palabras, por qué no tiene más calatas, más picadillo, más chismes. Por qué no hay más Tulio Loza. Si hubiéramos querido hacer eso, lo hubiéramos hecho -y quizá no tan mal- pero nuestra aparente densidad en el suplemento no es casual. No es porque no sabemos hacer cosas más ligeras o más “ágiles”, como dicen, sino porque nosotros tratamos de dar un material de lectura que no hay otra manera de conseguirlo y que no brinda a las mayorías la posibilidad de conseguirlo o de comprarlo.

R.A.- Eso se manifiesta en el gran tiraje que tiene “El Diario” los domingos…

A.C.- Nosotros lo aumentamos, definitivamente. En una época hemos duplicado el tiraje de “El Diario”. Eso demuestra una vez más que el pueblo no es idiota. Porque aunque sea lectura densa y difícil tiene acogida.
R.A.- ¿Cree que la literatura peruana tiene una imagen actualmente, como la ha tenido hasta el 70, por ejemplo?
A.C.- Es un poco difícil decirlo, por dos razones: uno, porque mi opinión va a ser sumamente intuitiva. Y la otra, que siendo yo uno de los llamados “representantes más conspicuos de los años 60”, entonces parecería una mezquindad si yo opinara negativamente en este caso. Sin embargo y pese a todo, me atrevo a decir que en los últimos diez años hay un desdibujamiento de la literatura peruana en sus diversas manifestaciones. Por lo menos en los terrenos de la poesía, narrativa e inclusive en el teatro. Yo creo que hay una especie de estancamiento, no tanto porque no se produzca en la cantidad de antes –porque se continúa pese a la recesión y a la situación económica-. La gente sigue editando aunque sea revistas a mimeógrafo. Uno o dos ejemplares, pero hay mucho movimiento sobre todo en las universidades y en especial lo relacionado con la poesía. Yo creo que ese cierto vigor que empezó con la Década del 60, que hizo propuestas que correspondieron de algún modo a la latinoamericanización de nuestra poesía y la publicación en diversos centros de América Latina y una serie de búsquedas de una poesía que se dio en llamarla “del 60” y que correspondió también al período del “boom” (que es donde realmente gente como Vargas Llosa o Alfredo Bryce por citar simplemente dos ejemplos logran un cuerpo coherente, visible e internacionalizado también), esas fórmulas usadas y re-usadas, perfeccionadas en muchos casos pero al fin y al cabo no innovadas, están llegando a un callejón sin salida. Ahora, esa es, como digo, una opinión muy intuitiva. Me incomoda darla, puesto que parecería una mezquindad. Por otro lado, digamos que yo también lo asumo, puesto que formo parte del problema siendo –como soy- un poeta “en ejercicio”.
La literatura peruana de los últimos 25 años tiene una importancia en general, como corpus, dentro de la latinoamericana y además algunas características más o menos definibles, no sé si tanto como peruanas, pero como latinoamericanas sí. Ha tenido buena poesía. Es más, sigue teniéndola. Ese no es el problema, sino en que están variándose, cambiándose experimentos ya realizados. Lo que no se está haciendo es buscar nuevas salidas. Entonces lo que hacen lo hacen bien, pero con bondades probadas hace 20 años y así ya tampoco hay riesgo. Eso es por un lado.
Por otro lado, personalmente yo no estoy de acuerdo con esa especie de opinión optimista tipo carrera de caballos, de decir cuál literatura es mejor: si la peruana es muy buena o la mejor. Son frases que dependen de los entusiasmos de quienes las dicen. Yo creo que hay una buena literatura peruana, reconocible como corpus completo, pero la literatura no se mide en competencia por países. No es cosa de decir, cuál está primera, cuál segunda y etc. (en el ranking disquero, digámoslo así, del asunto)
En conclusión: Hay una identidad latinoamericana y dentro de ella, la peruana sigue siendo importante.

R.A..- En su poesía hay evidentemente un lenguaje original, animado por ciertas influencias ¿Cree que ha alcanzado lo que usted buscaba?

A.C..- No, de hecho estoy en permanente proceso. Una vez que uno termina de escribir un poema, un libro o una serie de poemas siente una satisfacción lógica: es una catarsis. Uno ha trabajado y ha terminado algo ¡Ahhh! ¡Quedó bonito! Bien. Pero pasadas las 24 horas de satisfacción sicológica uno vuelve a estar insatisfecho con lo que hizo. Creo que uno de los motores fundamentales de todo creador es su insatisfacción frente al mundo que lo rodea y justamente el acto de crear es un puente entre la realidad (frente a la que uno está insatisfecho) y la realidad que uno mismo pretende crear con la palabra. En esa medida yo estoy en permanente búsqueda. Algo he logrado, es cierto, sería un loco o un hipócrita si dijera que no. He logrado algunas formas, estructuras, un lenguaje, una manera de tratar la imagen, más o menos reconocible que hace decir “esto es de Cisneros”. Pero allí está el revés y el envés del problema. Por un lado es necesario ir creando un lenguaje propio para poder afirmar un mundo original y eso podría ser “mi triunfo”. Mi derrota está en que cuando uno crea algo que funciona, podría haber la tentación de sentirse cómodo en este lenguaje, entonces no avanzar, puesto que uno ya ha probado que con ciertas formas de expresión funciona. Hay esa contradicción. Se crea formas más o menos propias; uno establece su propia retórica. Pero después esa retórica se lo puede comer a uno, si es que se queda dormido.

R.A..- En ese aspecto, ¿ha pensado en la vallejiana posibilidad de romper con los cánones establecidos, es decir, escribir una especie de Trilce?

A.C..- Yo creo que hay muchas formas de romper con los cánones, pero lo importante no está en el hecho, sino en el por qué y para qué. Trilce, en la época de Vallejo (comienzo de los 20, comienzo de la vanguardia) cumple una necesidad fundamental de época y naturalmente también en el desarrollo personal de Vallejo. Yo en este momento me siento un poco empantanado y con una disposición cada vez mayor a tratar de abrir un mundo experimental muy distinto. Pero el experimento por sí mismo también es un riesgo. Siempre estamos en el umbral de lo que pudo haber sido y no fue, como dice el bolero. Lo importante es saber qué fórmulas queremos encontrar para expresar qué conceptos. Yo en estos últimos tiempos, más que nunca estoy dispuesto a revisar mi obra. Hay algunos elementos construidos -porque al fin y al cabo la poesía no es sólo palabras, sino una manera de asumir el mundo- pero quisiera hacer exploraciones, buscar caminos inéditos en lo posible. En eso estoy.

R.A..- ¿Algo ha significado en usted sentirse primero poeta joven-nuevo y ahora poeta maduro-autoridad? ¿Algún conflicto? Y si es así, ¿lo ha superado?

A.C..- Cuando uno arranca con suerte, arranca bien, copa algunos premios que –se supone- son para personas mayores (Premio Nacional a los 22, Casa de las Américas a los 26), muy bien recibido por la crítica, etc. medio que se hace a la idea de ser poeta-joven-eterno. Cuando uno se da cuenta ya pasó el tiempo. En cuanto a los conflictos que se suscitan normalmente son: cuando un joven publica por primera vez algo, siempre es bien acogido puesto que es joven y no ofrece competencia a los demás escritores o críticos. A medida que va avanzando y que se va haciendo más reconocido, mediante ediciones, publicaciones, premios, reediciones, traducciones, al revés de lo que debería ser: ganar más afecto y apoyo, lo que va ganando es más envidia y más odio.
Si hay algún conflicto entre pasar de joven semi-precoz al poeta más o menos maduro, más o menos establecido que soy sería que en el camino he ido perdiendo afectos, abrazos, palmoteos y ganando envidias, sobre todo de la gente que está más cercana. De la gente que está lejana, que yo muchas veces no conozco personalmente, de repente merezco algún afecto, aprecio. Como también debe haber gente a la que no he hecho ningún daño, también adopta una actitud hostil, pero esos son gajes del oficio. A veces veo poetas jóvenes (y viejos también) que son muy susceptibles a la crítica de lo que escriben. Yo creo que no deberían serlo tanto. Debemos saber que cuando sometemos algo al juicio público inevitablemente nos estamos sometiendo a la opinión de los demás la cual puede ser muy justa o muy desapasionada y también estamos sometiéndonos a las deformaciones, sobre todo en un país como el nuestro donde hay gente humillada, resentida, pobre, ofendida. Y que toda esa imagen de aparente triunfo, de aparente consenso siempre va a provocar resistencias y nos va a caer de todo.

R.A..- Hablando de sus premios, ¿han repercutido éstos en su universo poético, directa o indirectamente?

A.C..- No. Esas son cosas externas. Claro que da gusto ganar un premio. Más aún si anda uno caído de plata. Da gusto que el premio sea en sólido. Hay una relación natural de satisfacción, pues uno siente que sus desvelos han sido reconocidos. Pero en la obra nada de eso. Cuando yo gané el Premio Nacional con Comentarios Reales, el siguiente libro es Agua que no has de beber, que en realidad es mucho más deprimido que Comentarios… donde hay un optimismo político e irónico. Luego gané el Casa de las Américas con Canto Ceremonial…, después viene Como higuera… que es probablemente un de los libros más tristes que se han escrito en poesía en este siglo.

R.A..- ¿Recuerda cuándo comenzó a escribir poesía? ¿Cuándo se le manifestó?

A.C..- Yo creo que escribí poesía siempre.

R.A..- ¿La militancia política debe conjugar con la poesía?

A.C..- Siempre y cuando no sea militancia orgánica, propiamente dicha, sí. De lo contrario, la militancia no se puede sobrellevar con otra actividad, cualquiera que sea.

R.A..- ¿Tiene usted una hora favorita para escribir?

A.C..- Si “escribir” se refiere a poesía, lo hago cuando las cosas me salen. A veces apunto algo para que no se me vaya. Generalmente lo hago entre las siete y las once de la mañana, en que hago todo. No escribo de noche.

R.A..- ¿Qué antecesores literarios le han enseñado más?

A.C..- Mis influencias no son sólo literarias, sino todo lo que he leído en mi vida: lecturas sociológicas, antropológicas, políticas, folklóricas, La Biblia, libros técnico-científicos en algunos casos, artes plásticas, cine (mucho cine), teatro. Todas esas cosas tienen que ver. Si nos remitimos estrictamente a la poesía y siendo injustos con mis maestros y mis padres espirituales vivamente podría decir que las obras de Eliot, Pound, Lowell, Pessoa, San Juan de la Cruz, el romancero español, La Biblia como libro literario, las poesías clásicas chinas y japonesas. Inclusive la poesía maya-azteca (recuerdo mucho la impresión que me causó la Antología de Poesía Pre-Colombina que reunió Asturias hace muchos años). En todo caso esos son los libros que he leído con más deleite, siendo injusto con muchos otros autores.

R.A..- ¿Puede decirnos en qué medida hay un esfuerzo consciente en su estilo?

A.C..- Siempre hay un esfuerzo consciente, más allá de la inspiración, de la necesidad de comunicación, etc. A la hora de poner negro sobre blanco se supone que vamos acompañados de una intención racional y de una tecnología adquirida.

R.A..- ¿De los lugares que ha visitado alguno tiene peso específico en su poesía?

A.C..- He ido a distintos lugares, épocas, circunstancias y períodos. No es lo mismo dos años de la vida de uno que dos semanas. No es lo mismo viajar a los 38 años que a los 25. No es lo mismo viajar casado que soltero. No es lo mismo viajar pobre que rico. No es lo mismo viajar a un Congreso de Luchadores por la Paz o a un Congreso de Poetas Latinoamericanos que viajar para buscar trabajo o para no hacer ni una ni otra cosa. Particularmente y no porque sea tal o cual lugar, sino porque he vivido cuatro años de mi vida pienso en Londres. Allí fui muy joven, pero no tanto como para que todo me deslumbre y para no absorber lo que acontecía –era la segunda mitad de los años 60- Allí me divorcié. Todo eso no se ha repetido más. Londres ha sido la imagen de una extraña isla feliz (porque fue muy doloroso también).

R.A..- No conozco mucho sobre su actividad como guionista de cine. Háganos un resumen, por favor.

A.C..- La verdad es que no he hecho gran cosa. En cortometrajes tengo seis guiones que se han exhibido en los circuitos obligatorios. De ellos, en 1976, con el título de En la orilla (que el director cambió porque el mío era El mar de dónde venimos) de corte científico, ganó un premio del CETUC. Otro, Mi dulce amiga, ganó un premio internacional en Moscú.
El primer largo metraje que estoy haciendo es Tatán y La Raya con la dirección de Luis Llosa.

R.A..- Gracias por la entrevista, y la paciencia.

A.C..- De nada.



PARA HACER EL AMOR

Para hacer el amor
debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha
tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra
para hacer el amor.
Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos
pero la arena gruesa es mejor todavía.
Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca
de las aguas.
Poco reino es la cama para este buen amor.
Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera:
que ningún valle o monte quede oculto y los amantes
podrán holgarse en todos sus caminos.
La oscuridad no guarda el buen amor.
El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo
y entonces
la muchacha no verá el Dedo de Dios.
Los cuerpos discretos pero nunca en reposo,
los pulmones abiertos,
las frases cortas.
Es difícil hacer el amor pero se aprende.


Enlaces que refieren esta entrevista:

http://www.letras.s5.com/ac020508.html
http://www.letras.s5.com/archivocisneros.htm
http://zonadenoticias.blogspot.com/2008/05/antonio-cisneros-carlos-caldern-fajardo.html
http://www.blogalaxia.com/post/rogger


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